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La importancia de educar a nuestros niños en el manejo de sus emociones

  • Foto del escritor: Hapy
    Hapy
  • hace 16 horas
  • 3 Min. de lectura
Madre jugando con sus niños

En nuestros artículos anteriores, hemos explorado a fondo la poderosa conexión que existe entre nuestros pensamientos y nuestras emociones. Hemos analizado cómo la calidad de nuestra vida interior, ese diálogo constante que mantenemos con nosotros mismos, influye directamente en nuestro bienestar y en nuestra capacidad para experimentar la felicidad. 


Una de las lecciones cruciales que hemos descubierto juntos es que la felicidad, en su esencia, no está ligada directamente a todo lo que ocurre, sino más bien a nuestra interpretación y reacción frente a lo que ocurre. 


Esta comprensión nos abre la puerta a un camino de crecimiento personal, donde aprender a controlar y reestructurar nuestros pensamientos se convierte en una herramienta básica para tener una vida más plena y serena.


Sin embargo, para muchos de nosotros, este proceso de reprogramar nuestra mente representa un reto enorme. Desaprender años de “pensamiento automático”, arraigado en la negatividad o la ansiedad, no es fácil. 


Si lo pensamos con cuidado, la dificultad que enfrentamos como adultos para controlar nuestros pensamientos de manera más positiva tiene su origen en la manera como hemos aprendido a pensar desde niños. Durante nuestra infancia, se establecieron hábitos mentales que, con el tiempo, se hacen costumbre y , peor aún,  se automatizan. Es decir, que llegamos al punto en el que reaccionamos sin pensar. 


Esto nos hace preguntarnos algo muy importante. Si sabemos lo difícil que es aprender a pensar de manera positiva como adultos, ¿por qué seguimos ignorando la importancia de educar a nuestros niños en el manejo de sus emociones?, ¿No sería mucho más sencillo y efectivo sembrar las semillas de la inteligencia emocional desde las primeras etapas de la vida? 


Como padres y cuidadores, a menudo caemos en un patrón educativo que olvida algo muy importante. Invertimos enormes cantidades de tiempo, energía y dinero, en la educación académica de nuestros hijos, en moldear su comportamiento social, en inculcarles valores éticos y morales. Nos preocupamos, con razón, por su desarrollo intelectual y por su adaptación a las normas sociales. Sin embargo, con mucha frecuencia, la educación emocional, que es la base que sin ninguna duda determinará su bienestar, su felicidad, y su capacidad para construir relaciones saludables y significativas, queda relegada a un segundo plano, asumiendo equivocadamente que se desarrollará “sola” con el tiempo.


Si bien es cierto que los niños aún no poseen una madurez emocional completa, ya que su cerebro continúa en un proceso de desarrollo neurológico, con frecuencia caemos en la simplificación de asumir que, debido a esta inmadurez, carecen por completo de capacidad de comprensión y control emocional. Esta es una idea, muy común pero francamente equivocada. La mente de un niño es mucho más sofisticada y receptiva de lo que nos imaginamos. Tiene una capacidad asombrosa para asimilar conceptos básicos y para aprender a conducirse de una manera que promueva el bienestar propio y el de los demás. 


Imaginemos un niño que desde pequeño aprende a cultivar la empatía hacia los demás, a comprender que las necesidades y los sentimientos de los otros son tan válidos como los propios. Sus relaciones con otros niños y con los adultos que lo rodean serán mucho más positivas y enriquecedoras.


Un niño que aprende a identificar, entender y manejar sus propias emociones – la ansiedad, el miedo, la frustración – desde pequeño, tendrá una base mucho más sólida para manejar sus emociones como adulto y tener una vida con mayor equilibrio y capacidad de adaptación a los cambios de la vida. 


¡Así que ya lo sabes!, invertir tiempo, atención y cariño en la educación emocional de nuestros niños, no es simplemente una tarea más en la lista de las muchas responsabilidades que tenemos los padres. Es una inversión fundamental en su futuro, el mayor acto de amor que les podemos ofrecer, y la herramienta principal que le hará el camino más fácil para que se conviertan en adultos más sanos, más resilientes, más útiles a los demás, y sobre todo… ¡Más felices!






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