Todos queremos ser felices
- Hapy
- 27 mar
- 3 Min. de lectura

Seamos sinceros, ¿quién no quiere ser feliz? Desde que somos niños, nos pasamos la vida buscando ese algo que nos haga sentir plenos, contentos, en paz. Es como un instinto natural. Todos queremos ser felices y alcanzar esa sensación de bienestar, aunque a veces no sepamos ni cómo se llama.
Pero claro, la vida no es un camino de rosas. A veces, nos perdemos en laberintos que nosotros mismos creamos, buscando la felicidad donde no la hay. Nos aferramos a cosas que brillan, pero que no nos llenan de verdad, o repetimos errores, como si tropezáramos una y otra vez con la misma piedra.
Sin embargo, incluso cuando nos equivocamos, cuando tomamos decisiones que nos hacen daño a nosotros mismos o a los demás, la intención de fondo sigue siendo la misma: queremos ser felices. Aunque no lo parezca, aunque las acciones digan lo contrario, todos estamos buscando una salida del sufrimiento, un rayito de luz en la oscuridad.
Cuando nos damos cuenta de esto, algo cambia en nuestra forma de ver a los demás. De repente, esa persona que siempre está metida en líos, o que parece que disfruta haciendo daño, deja de ser un "enemigo" y se convierte en alguien que también está luchando, a su manera, por encontrar la felicidad. Ojo, esto no significa que tengamos que justificar sus acciones. El daño es daño, y hay que poner límites. Pero sí podemos intentar entender que, detrás de esa fachada, hay una persona que sufre, que está perdida, que busca desesperadamente un poco de paz.
La empatía es fundamental. Ponernos en los zapatos del otro, intentar ver el mundo a través de sus ojos. Eso no quiere decir que tengamos que aguantar cualquier cosa. ¡Ni mucho menos! Primero estamos nosotros, nuestra salud mental, nuestro bienestar. Pero sí podemos ofrecer una mano, una palabra de aliento, un poco de comprensión.
En un mundo que parece diseñado para dividirnos, para enfrentarnos unos a otros, recordar que todos queremos ser felices es un acto revolucionario. Nos invita a construir puentes en lugar de muros, a tender lazos en lugar de levantar barreras.
La felicidad no es un destino al que llegamos y ya está. Es un camino que recorremos día a día, con sus subidas y bajadas, sus curvas, sus baches. En ese camino, la compasión es nuestro mejor aliado: compasión hacia nosotros mismos, para perdonarnos nuestros errores y para no permitir que nadie nos haga daño. Tener compasión por los demás, nos ayuda a recordar que todos estamos aprendiendo a vivir.
Así que, la próxima vez que te cruces con alguien que te saque de quicio, recuerda: esa persona, en el fondo, también quiere ser feliz. Si logras verlo así, observa qué ocurre con tus emociones hacia esa persona.
Todos juntos, podemos hacer de este mundo un lugar un poquito más feliz para todos.
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Bonita refleccion